Poesía

 

    January 2015

       

January 2014
El viejo tirano

Si no fuera por el viejo
tirano que se impone,
si no fuera por el dueño
–inmaduro aunque añoso–
de mi ser e intenciones,

estaría ya mi alma
en un vuelo sigiloso,
como aquella del poeta avileño
que, en sentidos suspendidos,
escuchó la música callada
y el sonoro silencio de los astros,
en su espíritu ardoroso.

Si no fuera por el déspota
que el trono ha usurpado,
que cobra peaje con aplausos
y mis sueños ha enclaustrado
en mi propio templo y mi castillo,

estaría en vuelo mi esencia
como aves en la mítica asamblea
del persa Attar de Nishapur,
que en deseo fervoroso
cruzaron sobre abismos y montañas,
buscando en los valles más remotos
la magnífica presencia de Sigmorgh.

Si no fuera por la sombra
del YO en mi pensamiento,
que interfiere en el deseo de mi ser
con su demanda insaciable
del reconocimiento,

cesarían mis inútiles intentos
de extender la personalidad absurda
más allá de sus legítimos dominios.
Y celebraría la suerte que me toca:
de participar en la medida humana

de aquella luz que incesante emana

y alumbra mi castillo interno.
Porque ese fue, y no otro, mi designio.

El libro

Nacemos, dicen, con un libro bajo el brazo.
No aquél que marca, paso a paso,
la línea inexorable del destino.
Sino otro, que muestra el camino
de lo humano a lo extra humano.

Yo lo vi, y no lo comprendí.
Y aunque siempre sospeché
que era en código divino,
a descifrarlo no llegué ,
o no me vi capaz
de leer los trazos de esa mano.

Si me restan años, o aun horas,
me pregunto si al fin del recorrido
podré darle a esos trazos un sentido
que me haga decir, aquí y ahora
que mi vida no fue en vano.

POESÍA PARA NIÑOS Y JÓVENES

Soneto a la rata

Había una vez en una aldea
una rata que andaba escarbando
en latas de basura, y rogando
que pudiera encontrar otra moneda.

Tenía escondida en su alacena
riqueza que adoraba como a un santo,
en tanto percibía con espanto
que más que alegría sentía pena.

Un día sucedió por un acaso
que un niño le ofreció una violeta.
Curiosa, la tomó y apuró el paso;

y entrando a su cubil por una grieta,
pensó, dejó la flor en su regazo,
y desde ese día fue poeta.

Soneto a los herederos del planeta

Que el mundo está enfermo, ya es sabido,
la causa de su mal la sospechamos:
creemos que su falta está en el vano
deseo de los hombres, desmedido.

Pues siempre hubo los sabios y los necios.
Los sabios, con nomás lo necesario,
humildes, agradecen el pan diario.
Los tontos, se empachan con excesos.

Y hoy, arrepentidos y perplejos,
quisieran recobrar el bien perdido,
y encuentra que, aunque quieran, ya están viejos.

Tu herencia es un planeta muy maltrecho.
¡Perdona a tus mayores sus delitos…!
¡Tendrás que deshacer lo que hemos hecho!

Yo soy algo más
El sol era joven cuando el fuego ardía
en entrañas rojas de nuevos volcanes;
y el mundo giraba y bramaba y bullía
y seguía su elíptica órbita fija,
en roca brutal.

La Tierra era eso: una bola encendida
azotada de rayos, de eléctricos vientos,
sin agua, sin mares, sin ríos, sin vida,
era el tiempo extraño de los elementos
del ser potencial.

Al paso del tiempo las piedras hirvientes
mojadas de lluvias perdieron calor;
crecieron los mares, y el fondo bullente
de un caldo viviente produjo el milagro
en cuna de sal.

Moléculas simples un juego iniciaron:
Cadenas crecientes de sus minerales
tejieron racimos y se combinaron.
Y en el vientre oscuro del mar comenzaron
su danza primal.

¿Tal vez fue el Amor, lo que los unía
para que la vida pudiera mostrarse?
¿Ha sido quizás la Primera Alegría
que tuvo el Planeta en tiempos sin nombre
de andar Primordial?

Primero fue apenas un ser transparente,
redondo, sin centro, unicelular.
Más tarde, un microbio con núcleo incipiente,
y luego bacterias y amebas tomaron
el paso inicial.

Tan pronto la vida explotó inconsciente
y sin los recuerdo de formas pasadas,
cada especie a su forma dejó su simiente.
Poblaron mares. Del mar a la tierra
fue el salto crucial.

La tierra ya era burbuja explosiva
de líquenes, musgos, de lianas y palmas,
Surcaban el cielo alas primitivas
y seres terrestres trazaron sus rutas
en corte nupcial.

Mamíferos chicos y grandes surgieron
y otros, que dicen, de mente especial.
Lémures, simios, macacos vinieron
y otros sin pelo y sin cola nacimos
del mismo ramal.

Por eso yo siento que soy barro tibio,
burbuja de aquella noche elemental;
microbio y gusano y la pata de anfibio
que marcó la arena al salir del mar.
Y soy algo más.

Soy ojos de ciervo y garra del puma,
aguijón de abeja y pies de ciempiés;
soy paja del nido, soy pico, soy pluma,
murciélago, cobra, caballo y mandril.
Pero hay algo más.

Yo llevo en mis huesos la historia del mundo.
Soy todo lo antiguo que en la tierra anduvo;
pero hay algo eterno que brilla profundo,
que fuera del tiempo titila aquí adentro.
Yo soy algo más.
Yo soy algo más.

Búsqueda

No busques a Dios en la estatua de yeso

de ojos velados en humo de incienso.

Ni en bellas estampas ni en cruz de un altar,

no importa si es oro o basto metal.

Tampoco lo busques en templos lejanos

o santuarios hechos por humanas manos.

Ni en coro de voces de rica armonía

ni en las cadencias de sus melodías.

Ni en cuevas ocultas o en torres grandiosas

que erigen los hombres a dioses y diosas.

Ni en seres cubiertos de negras sotanas,

o de altos sombreros, o de barbas vanas.

Ni en esos que alegan tratar con misterios,

no importa el rango de sus ministerios.

Ni en el Campo Santo donde al fin reposan

los huesos sin almas en resecas fosas.

Tampoco está Dios en los libros sagrados

de ayer o de hoy o de tiempos pasados.

No busques, en fin, en mundano sistema

de dogma, doctrina, ritual o emblema.

Búscalo, sí, en la gran geometría

del cosmos y el átomo y su simetría.

O aún más Allá, en la Causa Primera,

que engendra la luz de galaxias enteras.

O en la fuerza ignota que anima, constante,

a un universo que cambia y se expande.

O en el bien templado consonante acorde

del Cosmos entero, aparente desorden.

Pues Ello resuena en el exquisito

cantar de los astros, el himno infinito,

luego y antes de aquel Primer Acto

que dio a las estrellas el tácito pacto.

Búscalo, al fin, en la forma sin forma

del raro vislumbre que a tu Ser transforma.

Y del Rostro Inefable verás un reflejo,

puliendo tu alma hasta ser Su Espejo.

 

POESÍA PARA NIÑOS DE LAS AMÉRICAS

El telar y el quetzal (DE GUATEMALA)

En una aldea del altiplano
teje la niña en telar de mano.
Dice a su madre: ─Para un rebozo
¿cuál será el tono más primoroso?

─Ponle amarillo, como el elote.
O negro, como un guajalote.
Y también blanco al ribetito
como la lana del corderito.

─Esos tres, madre, no son colores
suficientes a mis labores.
¡Quiero un verde iridiscente,
como si fuera un bosque viviente!

Un buen quetzal, que está mirando,
deja una pluma bajar planeando.
Viene a posarse en el telar
y en rica tela, a descansar.

Y el verde intenso, el más precioso,
está ya preso en el rebozo.

Muchacha salinera (DEL PERU)

De ocultos manantiales
en andinas montañas,
arroyos minerales
traen sal en sus entrañas.

Decantan su salina
riqueza en las canteras
que cubren, blanquecinas,
del cerro, las laderas.

Yo vi llegar a hombres
andando con fatiga,
cargando los terrones
en filas, como hormigas.

Al fin de la hilera
te vi llegar, alerta;
tu carita morena
de blanca sal cubierta.

La bolsa en tu espalda
diestra la sostenías,
y en pliegues de tu falda
un cuaderno escondías.

En él espié, asombrado,
como quien mira a un alma:
habías dibujado
un lucero en el alba.

Ahora, cuando extiendo
mi mano hacia el salero,
a ti, niña, estoy viendo,
a tu alba y tu lucero;

y en ti pienso, cholita,
y en lo que tu alma anhela,
y en esa sal bendita.
que el sueño me desvela.

Coya, Coyita (DE BOLIVIA)

I
Coya, coyita, ojitos de estrellas
¿Tú montas tu llama o andas tras ella?

Envuelta en tu poncho, carita muy seria,
tú bajas al pueblo en domingo de feria.

La luna se mira el reflejo en la escarcha,
y por las quebradas tú sigues la marcha.

Al fin del camino, allá está el mercado.
Amarras la llama y bajas tu atado.

Y en lengua aymará, comienzas la venta:
¡Cinco centavos, señor, por la menta!

Y en lengua española ofreces la leña:
¡Leñita muy seca, cómprele a su dueña!

A la tardecita vuelves al sendero,
y al Camino Inca lo alumbra un lucero.

II
Coya, coyita, que vuelves a cansada.
¿Tú traes a tu llama o ella te arrastra?

Quínoa a la sopa tu madre le echa,
para que tú crezcas muy recta y derecha.

Humita de chala con papa y cebolla.
y en día de fiesta, un cuy en la olla.

Machaca el mortero con fuerza en la piedra.
el grano dorado que nace en la sierra.

Tu padre en el surco lo hizo crecer.
(¡Ay! Y en su tierra él paga alquiler…)

Tu raza fue imperio, y no se te olvida,
por eso, muchacha, tú andas erguida.

Porque en este siglo, cholita esforzada,
la voz de los coyas será escuchada.

Menino bahiano (DE BRASIL)

I

El niño dibujo en la arena y espera,
y piensa en la cesta de peces dormidos
que trae en la barca su padre.

El oro escarlata en la brillante esfera
se ha vuelto ceniza y descolorido,
y un viento de hielo lo barre.

El cielo se cubre de nubes pesadas
y en el horizonte, que era acuarela,
ahora no hay hombres ni barcas.

El mar turbulento en la tarde cerrada
no deja en la costa ni redes ni velas,
apenas un niño que aguarda.

II

─Pescador: tú que sabes del bello trabajo
de hablar con los peces en el altamar.
¿Has visto a mi padre pescar?
─No, no he visto a tu padre pescar.

─Caracol, dulce amigo, que vives abajo
y ves a los barcos encima flotar:
¿Tú has visto a mi padre pasar?
─No, no he visto a tu padre pasar.

─Yemanyá, diosa hermosa: tú eres quien trajo
las aguas del río a llenar la mar.
¿Lo has visto tal vez naufragar?
─Pues sí, pues no… déjame recordar…

III

De pronto y sin causa el mar se serena.
El niño dibuja en la orilla y espera,
y piensa en los peces durmiendo.

Las olas arrojan la barca a la arena,
y el hombre, temblando y cargando la cesta,
le dice a su hijo, sonriendo:

─Ya ves, he venido. Ve y dile a tu madre
que ya he traído la cena.

A LOS ABUELOS

La luna y el agua

Mira, abuelita:
Se cayó la luna,
Se cayó de panza.
Cayó en la laguna,
Se cayó del cielo,
en el agua mansa.

Upa, lunita,
Sube, mi alma,
Sube a mi mano,
Sube a mi falda,
Que estarás de vuelta
Cuando llegue el alba.

¡Ay, abuelita!
La luna en el agua
Se quebró en estrellas
Que danzan y danzan,
En el agua negra,
En estrellas blancas.

No llores, mi niña,
Por la luna blanca,
Por la luna bella
Que en estrellas danza,
Porque nada es quieto,
Porque todo cambia.

La luna y la estrella
Y las gotas de agua
Se juntan, se quiebran,
Se unen, se apartan.
Porque nada es siempre.
Porque todo cambia.

Lo único eterno
Es el sol de tu alma.

 En la casa de abuelita

En la casa de abuelita
hay cocina y comedor.
Ella limpia la cocina
y yo barro el corredor.

Por la noche entra la luna,
Por la tarde entra el sol.

En la casa de abuelita
hay tres puerta y un portón.
Un jardín con margaritas
y otra flor en el balcón.

Por la noche entra la luna
Por la tarde entra el sol.

En la casa de abuelita
hay hamacas y un sillón.
En la hamaca ella dormita
y yo canto una canción.

Por la noche entra la luna,
Por la tarde entra el sol.

El retrato de mi tataraabuelo

Yo tengo la foto
de un tatarabuelo.
Enormes bigotes,
y blanco el pelo.

Igual a mi abuelo,
tiene ojos tranquilos.
y tiene una linda
sonrisa de niño.

Lleva un bastón
y un traje elegante;
sombrero de copa
y un par de guantes.

Yo tengo en mi mente
su eterna presencia:
el feliz recuerdo
de su existencia.

Redondilla del abuelo

La oficina de mi abuelo,
dicen todos, es un lío.
La abuela grita ¡Dios mío!
Para mí, en cambio, es un cielo.

Colgaditos tras la puerta
tiene todos sus sombreros.
De bombero o de guerrero
para jugar me los presta.

En las cajas hay tornillos
y viejas diapositivas,
y hasta una araña viva
entre clavos y martillos.

También tiene en un armario
un cementerio de anteojos
que me miran de reojo
como extra-planetarios.

En un gran globo del mundo
que está siempre empolvado
viajamos a todos lados
él y yo, en un segundo.

En llenísimos cajones,
Mezclado con mis juguetes,
hay crema de cacahuete
para trampas de ratones.

Hay también hojas con versos,
que creo que son poemas
de algún difícil tema
del Alma y el Universo.

Hay ruedas de bicicleta,
una alfombra carcomida
y algún resto de comida
debajo de las chancletas.

Y sus libros bien amados
del filósofo Platón,
debajo de un tazón
de algún café olvidado.

La abuela dice “¡qué inmundo!”
Y él le responde “¡Paciencia!
Que en el orden no hay ciencia
ni hay saber muy profundo.”

Yo, como soy chiquito,
les doy a los dos razón,
porque aquí en el corazón
los amo hasta el infinito.