Cuesta creer que salió de la misma pluma que escribió otros libros magníficos. (Todavía recuerdo con gusto sus novelas Isabel del alma mía, o La isla bajo el mar, dos novelas históricas no solo informativas sino bien escritas, intrigantes.) Me pregunto si la autora estaría con prisa y la largó así nomás sin ponerle el amor y la dedicación que merece la buena literatura, o si yo, como lectora, me he vuelto más exigente. Después de haberme debatido bastante tiempo sobre la ética de hacer una crítica negativa de una escritora tan querida y admirada como ella, he decidido hacera pública, y especialmente después de haber comprobado que no soy la única que se embarca en tan temeraria tarea. Leí un comentario de alguien que cuenta a la autora entre sus favoritas y, sin embargo, no pudo terminar su último libro, Largo pétalo de mar. Dice: Era mi escritora favorita, pero al leer este…no lo podía creer, lleno de frases clichés ¡ y el barco!! La descripción perfecta del Titanic. Ni lo terminé.
“Llena de clichés” es lo que yo pensé en cuanto la leía. Pero yo sí terminé de leerla, porque era la lectura de turno de mi club de libros.
No le niego su valor educativo para aquellos que no conocen mucho sobre el exilio de los españoles durante la Guerra Civil y sus incontables miserias en los campos de refugiados de Francia. O sobre el heroico esfuerzo del poeta Neruda en fletar a más de dos mil de ellos a Chile y la buena acogida que tuvieron entre la población chilena. Admito que aprendí sobre unos hechos históricos interesantes. Asimismo, el libro tal vez informe a los que desconocen o todavía niegan las atrocidades de la era Pinochet; o la intervención de los Estados Unidos— no solo en el desenlace final del gobierno Allende sino en el desabastecimiento para socavar su gobierno. Pero aparte del valor informativo que pueda tener, como obra literaria da pena.
Por empezar, aunque muchos lectores concordemos con su posición y nos dé gusto leer las denuncias de las dictaduras, una novela, aunque sea histórica, todavía es novela, no una tesis, por lo tanto, debe atenerse al principio de “mostrar más que decir”. Frases como “Y en eso tenían razón porque…” no tiene cabida en la voz de un narrador supuestamente objetivo como lo es el de la tercera persona, no protagonista. Inyectar opiniones políticas cabe solo a sus personajes. Es cierto que en algunas ocasiones sí lo hacen, por ejemplo, cuando dice:
–Para impedir esa imaginaria dictadura de izquierda se ha impuesto una implacable dictadura de derecha.
Admito también, en su favor, que ha habido un esfuerzo de ser ecuánime, por ejemplo, al mencionar las atrocidades de la izquierda y no solo la de los franquistas. Pero otras veces el sesgo ideológico es demasiado frontal, y linda con lo panfletario. Y no solo sobre política opina el narrador. En otra ocasión dice:
Para ser ingleses, la comida resultó aceptable.
Tal declaración de un narrador omnisciente, como si fuera un hecho irrefutable, suena extraña. (Yo no soy una connoisseur de la gastronomía internacional, pero me consta que la chilena no se encuentra entre las más destacadas por su variedad, diversidad de sabores o exquisitez.)
Tampoco le ha puesto cuidado al lenguaje, y hace hablar a los personajes peninsulares con vocablos que pertenecen al léxico latinoamericano, según me informó con disgusto una colega española. En cuanto al estilo narrativo, me ha resultado chato, desabrido, repetitivo.
Pero tal vez lo más lamentable es la profusión de lugares comunes y frases hechas, no examinadas, sin mencionar el final predecible, digno de una telenovela.
Por ejemplo, el narrador dice: Eran opuestos de carácter y por eso se entendía bien. Suena a psicología popular, impresa en la página sin analizarla, porque así le vino. Nada indica que esto sea un hecho constatado. Los opuestos de carácter a veces se entienden, sí, y otras tantas veces se agarran de los pelos, se divorcian, se detestan. La frase es un truismo de esos que no se mantienen cuando cotejados con la realidad.
Otras frases puestas a la ligera: en dos ocasiones al menos, los protagonistas disfrutan del absoluto silencio de la naturaleza ¿Qué silencio absoluto? Que yo sepa, la naturaleza no es ni un poco silenciosa… Tal vez en el Atacama, pero no en los bosques andinos, no todavía.
También pone en boca de sus personajes trozos de sospechosa sabiduría, y no con la intención de delinear su carácter, ya que no aportan nada, como esta:
Si uno vive lo suficiente, todos los círculos se cierran.
Supongo que “suficiente” sería un tiempo infinito, ya que, estadísticamente, en la eternidad todo es posible. En nuestro humano lapso temporal, el único circulo que se cierra con absoluta certeza es el de la vida, con la propia muerte. Lo demás sucede a veces, y otras veces no. Los círculos se cierran en las novelas por una necesidad argumental y, diría, convencional. En fin, la autora se sirve de otro cliché, puro y simple.
Me espantó leer esta otra oración, con referencia a dos personajes y sus clandestinas aventuras amorosas, que se extendieron durante largo tiempo.
Aitor quería y respetaba a su bella mujer, tanto como Roser a Víctor.
¿Qué quiso decir la autora con “quería y respetaba…”? ¿Desde cuándo la deslealtad, la quiebra de la confianza y la mendacidad son sinónimo de respeto? No es que yo prefiera un dictamen moralista hacia los amantes. Pero al menos evitar esa frase tan equívoca, y hasta molesta para las mujeres. Si el narrador omnisciente es aquel que mira dentro del alma de sus protagonistas seguramente vería algo más que respecto: una infidelidad que se la condona a él mismo, pero no se la permitiría a su esposa. ¡Ah, no, eso no, eso tiene otro nombre! Y para rematarla, resulta que el tal amante “respetuoso de su mujer” queda paralítico al final de su vida, y al amoroso cuidado de ella. Uno se pregunta si la abnegada señora lo habría cuidado y limpiado el trasero durante su senectud, de haber sabido de sus mentiras y deslealtad. ¿O lo hizo porque, como se sugiere más tarde, era la madre de sus hijos, la esposa legítima…etc.? Sin embargo, la autora dice:
Después que quedó postrado por la parálisis lo tuvo para ella sola y llegó a quererlo más que antes, porque descubrió sus enormes virtudes… envejecían juntos en perfecta armonía, rodeados de su familia. “
¡Dios me libre de tantos clichés! Este párrafo, además de estar plagado frases hechas, una detrás de la otra, parece salida de otra mente, no la de una escritora inteligente como I.A. ¿Qué mensaje está queriendo dar la autora? Si el sujeto no hubiera quedado paralitico tal vez habría continuado sus andanzas y una vida de duplicidades. Resulta que la enfermedad puso de manifiesto sus enormes virtudes antes escondidas… y ahora por fin llegaban a la perfecta armonía, rodeados de su familia… ¡Por favor, Isabel!
La idea del “niño bien” de la casa enseñando a leer a la empleada doméstica es una imagen tierna, pero es otra variante de los miles de versiones de la Cenicienta, con un toque latino y socialista. ¿Por qué nunca se lee que es la niña de la casa quien enseña a leer al negro o al indio sirviente o chofer? Por otro lado, a Juana, este personaje tan importante que vivió para servir a la familia, no se le conoce ninguna vida sexual, aunque todos los otros personajes la tienen. Ella no, no mereció ni una mención. Bastó con el humano toque de haberla alfabetizado.
Hay algunos pasajes líricos en la narrativa. Mi preferido es la descripción de la llegada de los inmigrantes a Valparaíso por la noche, una ciudad mítica salpicada de diamantes; y la posterior recepción por parte de los chilenos.
Otro momento memorable, en una de las pocas instancias humorísticas, me hizo sonreír: el embajador chileno instruye a sus ciudadanos, invitados a un almuerzo en el castillo de un duque inglés, sobre la etiqueta:
Debian fingir que la servidumbre no existía, pero convenía saludar a los perros, abstenerse de comentar sobre la comida, pero extasiarse con las rosas..etc.
Fuera estos momentos, y algunos trozos informativos sobre el exilio en Chile, desde el punto de vista literario, el libro deja mucho que desear.